El mar y yo
Perdida en el romper de las olas, la inmensidad del océano me atrapa entre sus garras y sentada en la arena contigua me dejo envolver en el rulo salado que la corriente forma frente a mi.
Mis pies desnudos se hunden en el suelo húmedo hasta alcanzar la suavidad profunda que la lluvia no logró corromper.
Sumergida en el horizonte de mis pensamientos me dejo llevar por la histeria salada, capricho del mar delirante que se lleva en un instante el agua que acaba de entregar.
Es entonces cuando logro comprender la inconmensurabilidad del monstruo frente a mí. A lo lejos, la paz deslumbrante inunda el fleje horizontal que marca el infinito e invisible final. A mis pies, la furia descontrolada de la espuma que sala la orilla. La humedad destemplada del suelo que esconde en su propia profundidad la suavidad permanente de la arena seca. Más allá, lo que podría delimitarse como el centro, revela la explicación de sus polos opuestos: calmo, pero agresivo, entrega la furia que llegará a la orilla y devuelve la tranquilidad al interminable horizonte, llevándose los resquicios del romper de las olas.
Yo, calma pero iracunda a la vez – si es que esto es posible -, hoy, sentada frente al mar, me siento un poco como el.