Mirando
Se reflejaba el sol intensamente sobre el circular profundamente negro dejando escapar el azul inhumano por los lados. Los escondía sistemática y regularmente, permitiendo su brillo en períodos cortos, pero eternos a las miradas ajenas.
Sus movimientos desnudaban el mismísimo aire, con la simple dilatación que ejercían involuntariamente y perdiéndose en la luz del ventanal quedaban fijos y expectantes al cambio lumínico de la tarde.
El inconsciente movimiento intermitente encapsulaba la notoriedad de su concentración y el altamente improbable recelo con que melancólica se adentraba en el espesor del humo que inundaba el espacio.
Con la mano temblorosa retiró los espejuelos que cubrían circulares su estrechez, liberando de nitidez el campo observado, para verlos limpiamente reflejados en el espejo.
Con la agilidad que solo una mujer puede lograr, tomó el lápiz negro y remarcó la intensidad del color. Haciendo uso de la misma ligereza, enmascaró sus pestañas y cerró los ojos para evitar que se escurra la humedad.
Se volvió a acomodar los lentes atenta al nuevo brillo que emanaban. Pestañeando suavemente, salió con la mirada renovada, no por el maquillaje, sino por el solo placer de la fluidez visual adquirida por mirar el mundo con otros ojos.
Sus movimientos desnudaban el mismísimo aire, con la simple dilatación que ejercían involuntariamente y perdiéndose en la luz del ventanal quedaban fijos y expectantes al cambio lumínico de la tarde.
El inconsciente movimiento intermitente encapsulaba la notoriedad de su concentración y el altamente improbable recelo con que melancólica se adentraba en el espesor del humo que inundaba el espacio.
Con la mano temblorosa retiró los espejuelos que cubrían circulares su estrechez, liberando de nitidez el campo observado, para verlos limpiamente reflejados en el espejo.
Con la agilidad que solo una mujer puede lograr, tomó el lápiz negro y remarcó la intensidad del color. Haciendo uso de la misma ligereza, enmascaró sus pestañas y cerró los ojos para evitar que se escurra la humedad.
Se volvió a acomodar los lentes atenta al nuevo brillo que emanaban. Pestañeando suavemente, salió con la mirada renovada, no por el maquillaje, sino por el solo placer de la fluidez visual adquirida por mirar el mundo con otros ojos.